sábado, 5 de diciembre de 2009

Para compartir


Arar la tierra.
Arar su corazón abierto para recibirnos en la muerte
y la generosidad de su lomo que soporta las pisadas.
Todo le pertenece:
el pensamiento que se elbora sobre su piso,
el alumbramiento,
el adios.
Amarla con su polvo volátil y pegajoso,
sus misterios indestructibles
y su osadía diaria de sombra y luz.
Pero la niebla,
la niebla es tan espesa.
Termina siempre cubriendo la fragilidad de la infancia.
No hay memoria de espumas. Solo se retiene el asombro
y la última gota de ternura.
Elda Massoni

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