un monólogo de latidos
dilatados,
doce días,
inconsciente.
Un perfume
en la humanidad yacente
de su rostro,
y mi egoísmo
por retener su amor
a contramano de las horas.
Un límite,
mi orfandad
entre su corpórea ausencia
y su etérea presencia.
A media voz,
extenuada de emoción
le ruego impelente:
Vida Mía! dejate ir!
te abro la ventana
y te vas!
Su alma expedita
inmediata, inexorable,
tomó vuelo
despojada de huesos
a la eternidad.